Si el arquitecto puede soñar con las tres dimensiones del espacio leyendo un dibujo
plano bien podría probar a imaginar volúmenes a partir de una relación de epígrafes y números. Ninguna
de las fotografías del proceso de desmontaje del antiguo pabellón del puerto que Juanjo Lopez de la Cruz
y María González decidieron salvar de una muerte anunciada refleja la emoción de sentirse como Gordon
Matta-Clark mientras desnudaban un tinglado obsoleto para volver a vestirlo. Juan parrilla y Javier
Romero convirtieron un lugar de paso escalonadoen ese espacio protegido al que el cinéfilo asocia
instantes inolvidables; algún caminante recordará a su paso las dos horas que disfrutó en aquel
escenario ahora vacío que nunca volverá a ser el mismo. El pabellón en el Centro Andaluz de Arte
Contemporáneo de Inma Donaire y Frank Mazzarella es una caja que alguien dejó por unas semanas fuera de
las salas; se podrían volver a armar los fragmentos e ir cambiando los objetos con que llenarla —los
arquitectos no se resistirían a pensar en otras disposiciones para las mismas barras y articulaciones,
una nueva forma en cada traslado. Sospecho que estas doscientas palabras no pueden explicar el centro de
enseñanza, el espacio público y el museo que tres parejas de arquitectos han inventado donde sólo había
cifras y letras.