El proyecto de Montecarlo representa uno de los últimos intentos de plantear una
propuesta de arquitectura puramente desde la espontaneidad, la desinhibición y lo lúdico antes de que
cayeran las condenas canónicas de Manfredo Tafuri y Colin Rowe sobre los grupos utópicos de los sesenta.
A pesar de las mismas, la actitud utópico-festiva aún tiene algo que enseñar a la práctica de la
arquitectura contemporánea, acosada por la incapacidad de plantear su propio futuro. La pregunta sería
¿cómo puede servir la fiesta de vehículo hacia la utopía y orientar así el transcurrir de la disciplina?
La propuesta de Archigram para Montecarlo, como sátira paisajística de una de las ciudades más densas
del Mediterráneo y la apología de la sociedad del consumo y del ocio como modelo social alternativo a la
Europa convulsionada de mayo del 68, supone una de las exploraciones más interesantes de la condición
festiva y utópica de la arquitectura para ser reconsiderada desde la óptica contemporánea.